20 de nov. 2013

La vie d'Adèle

La droga azul

Primero de todo, tener presente que no estamos ante una película cualquiera. Estamos ante un evento fílmico. Ganadora de la Palma de Oro del pasado festival de Cannes, La vida de Adèle ha conseguido algo inaudito; que toda la crítica internacional y Carlos Boyero estén de acuerdo. Con lo cual alguna cosa tiene que haber en la película. Y la hay. 

minimal movie poster by pmallafre
Segundo, quien confíe ver una historia de amor lésbico o una historia de descubrimiento sexual, protagonizada por una adolescente Adèle y una misteriosa chica de pelo azul va un tanto equivocado. No por el contenido sino por la forma. Me explico. Lo que falla en la ecuación es ese “una historia de”.  Ya que no estamos ante un relato o una narración sin más. Ficción y sólo ficción. No. Aquí de lo que se trata es de un reflejo, de un retrato, de un baño en otras aguas. Un viaje, una epopeya que debe ser sentida, cantada, vivida. La migración de ese personaje que se sienta en la butaca hacia un torbellino emocional lleno de contrastes fuertemente intensos es total. Algunos seres de piedra harán bandera de su condición geológica. Los demás nos rendimos al rostro llorón. 

La actriz Adèle Exarchopoulos se gana a los dioses por su trabajo y absoluta desnudez a todos los niveles frente la cámara. El trabajo y la química conseguida con su compañera de reparto Léa Seydoux (la del pelo azul) es algo mágico. Forman parte de otra liga. El trabajo del público no va con pensar en ellas como actrices que trabajan un personaje, sino todo lo contrario, uno debe repetirse que aquellos personajes son, en realidad, actrices. Cuando esto sucede las cosas van muy bien. El responsable de tal tránsito es Abdel Kechiche, director que trabaja con métodos algo sombríos (léase severos) para extraer de las actrices esa naturalidad insultante. 

Tenemos el evento, el contexto y a un dúo que funciona. Vamos, pues, al método. 

Kechiche no lo duda. Si hay que hablar de sentimientos hay que cerrar el plano. Hay que trabajar el primer plano hasta que escupa. Y lo hace. Se presenta como imposible no pensar en la obra maestra de Dreyer “La pasión de Juana de Arco” (1928), cuando hablamos de primeros planos, cuando hablamos de pasiones o cuando hablamos de la pasión de Adèle. Con éste recurso mata dos pájaros de un tiro. Por una parte, todo lo que no sea ella (y su mundo emocional) carece de importancia; familia, entorno social e incluso la propia naturaleza homosexual quedan lejos de la materia, se van apartando lentamente. Y por otra parte, el grado de implicación del público es mayor. Pero no tienes nada si no hay un buen rostro llorón enfrente la cámara. En este caso, la interpretación de las actrices no tiene una función narrativa, es decir, no sirve para contar nada. En este caso sirve como herramienta para el estado de ausencia y entrega del público. En cierta forma, actúa como una forma extraña de droga que te lleva a un limbo donde todo es emoción viva. 

Las secuencias de sexo, de las cuales se hablará, y mucho, es preciso señalar que no se dan en la red, para la red, sino que suceden en la intimidad de una habitación del yo enamorado/a. Dedicarle una mirada puramente erótica a las imágenes sería despojarlas de profundidad. La reflexión va más con el deseo, el anhelo, el tacto, el ritual, la fiesta de los órganos y, ese espacio desconocido por el hombre, y que Kechiche presenta como, una mística del orgasmo femenino. 

Con “La vida de Adèle” uno se queda azulinado.

(texto publicado en lgecine.org)


Terapias de un dandy @pmallafre
Barcelona, Novembre 2013

1 comentari:

  1. Soy lesbiana y ver esta película me ha producido un profundo asco y rechazo de ver cómo un cabrón morboso nos reduce tristemente a lo mismo de siempre: meros objetos de morbo. Aquí no hay ninguna profundidad, ningún guion brillante, ninguna trama ni problemática trascendente…. nada más que 15 minutos de sexo salvaje para dar morbo y ganarse a la crítica masculina, y vender una película que no es más que pornografía fácil y gratuita disfrazada de la historia de amor más increíble jamás contada. De haber sido dos hombres los protagonistas (o un hombre y una mujer), el director jamás se habría recreado así en una escena sexual entre ellos y la película no habría sido tan brillante para los críticos. Esta peli no ofrece nada más que el morbo de la homosexualidad femenina y, sobre todo, las imágenes explícitas que lo corroboran. Si la pareja hubiera sido heterosexual y si el sexo realista hubiera sido tratado de manera más sutil, de esta película ni se habla. Y mucho menos se la premia. Pero claro, a los críticos heterosexuales les ha gustado mucho y por eso ganó Cannes. Qué asco y qué pena.

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