Tras un desgarrador ¡Basta! en su boca, la mía empezó a escupir pintura, piedras y negra tinta. Los pulmones empezaron a masticar tabaco. Cual Edipo, decidí arrancarme los ojos. La luz del Sol ciega, ¿quien no lo sabe?, la Verdad arde y así, Mi Primer Amor me quemo las entrañas. Me dejó. Diosa y monstruo a la vez, consiguió llevarme al verso hambriento. Ella no lo sabía, pero lo imaginaba. decidí convertir los excrementos de una existencia sin ella en entusiasmo arquitectónico…y aquí estoy…tejiendo.
Yo no soy predicador. Yo nací sastre, pues nací en Terrassa y desde siempre prefería tejer que navegar, vestido como un bufón deambulaba por las calles y al llegar a casa, me proclamaba Emperador y escribía. Pero ella me dejó. Y no soportaba la idea de encontrarla al girar la esquina, pues tenía miedo. Los cobardes son personas capaces de predecir el futuro, me susurraba Bukowski al oído y a su vez, allí estaba Walt Disney sentenciando a mi yo-infantil con ese ¡Huye Simba, huye…y no regreses!...y así, un servidor decidió sacar los pies del cemento. Decidí partir.
Yo no soy predicador. Yo nací sastre, pues nací en Terrassa y desde siempre prefería tejer que navegar, vestido como un bufón deambulaba por las calles y al llegar a casa, me proclamaba Emperador y escribía. Pero ella me dejó. Y no soportaba la idea de encontrarla al girar la esquina, pues tenía miedo. Los cobardes son personas capaces de predecir el futuro, me susurraba Bukowski al oído y a su vez, allí estaba Walt Disney sentenciando a mi yo-infantil con ese ¡Huye Simba, huye…y no regreses!...y así, un servidor decidió sacar los pies del cemento. Decidí partir.
Próxima parada, ciudad del desgarro por excelencia, con una enorme antena como icono y dos amantes como atrezzo permanente. Cientos de calles, muesos, puentes, puertas, ventanas, Mcdonals baratos, buhardillas que rozan el cielo, sillas vacías que albergan versos y el Moulin que hizo enloquecer a Cervantes configuran el escenario. Mendigos por doquier, locos, artesanos de blasfemias, mutilados, viejos, poetas, borrachos y soñadores pintan la ciudad en blanco y negro. Es donde la feminidad esta en las mujeres, la elegancia en las damas y la cocetería en los burdeles. Fueron Baudelaire, Rimbaud, o las putas de Miller, quién despertaron el misterio en mí, la Duda, el entusiasmo, el enigma. En fin, los bienpensantes la acusan de Ciudad del Amor, pero salta a la vista que hay más olvido que suspiros, aquí nadie ama nadie. Todo el mundo está solo. Con pareja o sin ella, viven solos. Solo se ama el ideal, la Luna, lo bello, la vida feliz…en este sitio solo se ama una cosa: París.
Cargue mi mochila con las manos sucias. Dentro puse mis 23 años, uno tras otro. Ropa. Una buena dosis de miedo. Algún libro. Abrazos para no olvidar, algún fugaz beso con sabor a-diós, algo de valor, entusiasmo, música y una sola idea: coger el avión aunque caiga el cielo. Y así lo hice…
Llegué un 19 de Febrero. Aquella noche dormí sin cojín. Pasaron las horas. Los días. Las semanas y los meses. Como buen estudiante de Filosofía tenia la Duda al acecho constante, o si lo prefieres, no tenia nada claro...el mundo lleno de respuestas en forma de besos y yo dudando si arrancar bragas o sonrisas.
Un día leí un cartel que decía; LA TRAVIATA. GUISEPPE VERDI. DESDE 7€ A 160€. PALAIS GARNIER. ¡La oportunidad era única! ¡Verdi por siete jodidos euros! ¡En la Ópera de París! No daba crédito. Fui al edificio y compre una entrada. Si, una. El espectáculo empezaría en dos horas, así que volví a casa y me disfrace. No quería ser delatado como estudiante. Debo confesar que notaba en mí la euforia de La Primera Cita. En mi rostro sonriente solo le faltaba alguna pincelada de acné.
Dos horas más tarde, estaba instalando mi culo en el palco más perdido. Cabían allí tres personas. A mucha honra. Y allí estaba yo, solo. Arriba a la izquierda. Quinta planta. El escenario quedaba a mis pies. Un tanto de vértigo al principio, y visibilidad media. Al final del espectáculo podría lanzar flores si tuviera alguna entre mis manos. Pero no era el caso. De pronto el acomodador abrió la puerta a mis espaldas y señaló la silla de mi lado a una curiosa muchacha. Curiosa, por su mirada y falta de empatía. Tímido le dije buenas noches…y no respondió. Su mirada estaba clavada. Parecía tener un martillazo en la nuca. No se movía. Vestía cómodamente. Es decir, no se arregló. En su regazo sostenía con las dos manos una máscara de esas típicas que uno hacía de pequeño en la escuela. Al rato, me miró y quedé paralizado. Era ella, mi amor hecho Diosa. Yo quedé gélido y mutilado. Algo torpe. Ella se dio cuenta, pero poco le importó. Sin duda sus ojos eran tristes.
De pronto, las luces se cerraron. Todo quedó oscuro. Todo, menos el foso musical que iluminaba su cara con una frágil, y a su vez cálida, luz. Salió el director recibiendo los primeros aplausos que dieron paso a un silencio absoluto. Alguien tosió. Alguien paró de toser. Y de pronto, los violines arrancaron con sensibilidad extrema. Telón…y allí empezó el Drama.
Pasaron los minutos mientras yo buscaba la forma de mirarla sin que ella se sintiera molesta. Al rato empezó a llorar pero orgullosa, sin sollozo alguno. Sus lágrimas simplemente resbalaban, caían. No lloraba por la opera, eso estaba claro, pues un famoso Brindis sonaba con alegres porvenires. Entonces, ¿por qué lloraba? No lo podía soportar, tenerla al lado llorando. Las Diosas no se merecen llorar. El misterio me mataba. ¡Quería preguntárselo! Pero no podía. Esto es el mundo real. Mi verdadera condición de mudo. No hagas nada, mírala, lo último que quiere es hablar con alguien, me decía a mi mismo. Pero tenía la insultante sensación de que tenía al lado la futura madre de mis hijos. Ese llanto me enamoró. Me resultaba familiar. ¡Yo podría ayudarla! ¡La entendía sin palabras! ¡Dime que te pasa!
Llegamos al tercer acto y yo continuaba con mi discusión interna. Los músicos devoraban las partituras sin tregua, ahora Violeta se despide de Alfredo antes de morir. Ya estamos en la última aria y yo continuo mudo. El drama del escenario y el de mi palco me abruman… ¿que hago? Ya no hay tiempo, en dos minutos el escandaloso espectáculo terminará, ella desaparecerá por la puerta y nunca más sabrás de ella, ¡inútil! La cabeza me estallaría en cualquier momento.
Telón. Final.
Ya no había marcha atrás. El público aplaudió con entusiasmo. Ella no aplaudió. Yo tenía el cuerpo revolucionado. Ebrio. París a esas horas ya estaba durmiendo y allí dentro un espectador en la Platea se levantó y aplaudió de pie, otro, otra, otros, cinco más, diez, cincuenta, mil, toda la sala se puso en pie, los aplausos continuaron en crescendo y de pronto, ella se levantó imitando el gesto común, subió a la silla, me miró y me dijo al oído esas palabras que no olvidaré nunca: eres un ser maravilloso, y de golpe, sin mas, se lanzó al vacío… ¡y se lanzó al vacío! ¿Y yo? Yo estoy aquí escribiendo este insulto porque no le dije nada. Incapaz de pensar, me derrumbé. A veces uno tiene la certeza de estar al lado de la persona más maravillosa del mundo y ese día yo la tuve. Quizás mi amor sea un llanto gratuito fruto de una impotencia llamada rencor contra uno mismo. Quizás sea todo una fantasía construida a posteriori del trágico espectáculo quizás si, pero ella murió aplastada. Y esto, esto no es ni fantasía ni llanto.
Pero en todo ello existe un problema, leo mis palabras y veo que todo es mentira, todo imaginación literaria, falta el hedor de su cuerpo, el sonido de su voz, la luz del palco o la jodida mirada de sus ojos...Las palabras aprisionan la verdadera realidad a su gusto y medida. Las páginas se ablandan con el agua del mar. Todas necesitan de la botella. Siempre lo mismo. Una botella. Al final, todo termina entre copas. Dionisio sale a flote y…¡chin chin! ¡Propongo un brindis!...Por la noche, ¡que aún es joven! Ella seguramente lo es, pero yo no estoy hecho para ser joven. Las noches mueren y los días nacen. Hoy puede ser un gran día, me digo. Una aspirina. Una llamada. Dos maletas y un billete de regreso. Próxima parada; Barcelona. Todo muere. Todo lo bello muere. Ese atardecer murió, si. ¡Pero mañana habrá otro!, se dice. Si, cierto. Mañana habrá ¡otro! Muy bien. Ahora, pregúntaselo a los enamorados ¿qué piensan ellos de los otros?, pregúntaselo. Háblales de otros atardeceres. Háblales de los Terceros. Nada importa ya. Ella murió. Sin más. Me arrancó los pulmones y parte de la cara. Esa noche murió. Este relato morirá. Estas palabras. La tinta. El recuerdo. Los árboles y las manzanas. Mi aliento, mi suspiro, esta música y el amor también morirá, llevándoselo todo…y yo… yo no le dije nada.
Terapias de un dandy @pmallafre
para concurso de relatos Erasmus
para concurso de relatos Erasmus
(Paris, Abril 2007)
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